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Foto del escritorPriscila Vallone

Verborragia



monólogo de un ser vegetal desde un continente aislado- que me dió lucidez para todo lo que hablamos natalia


No es posible. Somos de esa gente que no puede dejarlo todo atrás. De esa gente que no se desahoga de las piedras, muy por el contrario, nos subimos a ellas y damos un par de saltos a ver si se despiertan y nos aplastan finalmente o nos dicen una palabra, nos murmuran musiquita, por lo menos un suspiro medio tenue; y no importa si caemos al mar porque eso es lo más leve que nos podría pasar, pisar algún charquito que nos succione o resbalarnos y nadar de por vida sin que nadie nos encuentre. Lo ideal sería una llovizna clara, con olor a naranja tibia, naranjas de color azúl pero con ese olor de querer hacernos bien si se nos fusiona entre las venas. Somos la tarde sentada en todas nuestras piedras y anochecemos esperando una respuesta, o un interrogante, esperamos desenredarnos un poquito, todos nuestros tejidos corporales enredados en los tejidos marítimos nos dan vueltas y nos revuelven sin movernos de nuestro lugar y toda tormenta continúa sus reflujos entre nuestras piernas sin dar signo de querer quedarse o querer irse. Aumentan el desliz neuronal primitivo intermitente y no pensamos con claridad. No es posible. Somos de esos seres hipersensibles y eso sí que es un problema: todo lo que nos toque se habrá llevado en el tacto un gajo en sus mayores y menores tamaños de nuestro amor, y si ha venido a tocar dañinamente o sin amor desde sí, ha quedado abierto un pequeño tajo al mundo, abierto al viento dentro, a la vida que lo bordea con su dedo índice y le señala su existencia, y él que se duele interna y externamente viéndose como inapropiado para habitar en nosotros. Este pequeño  deberá enfrentarlo todo solito porque nosotros no sabemos ayudarlo, no sabemos sanarlo ni acariciarlo bien ni hacerlo dormir. Este pequeño nos vocifera alguna lengua llantífera y nos da pena, quisiéramos desterrarlo para que no sufra pero no es posible, y es por esto que no podemos dejarlo todo atrás. No podemos evitar querer zurcir la molestia del dolor en eso abierto en alguna parte de nuestro cuerpo. No podemos evitar cantarle canciones de cuna sin desprendernos de nuestra piedra, no podemos entender esta humanidad que nos ha tocado y confesamos que las heridas son atemporales. Estaría bien concentrarnos en un chocolate caliente imaginario, un poder andar de varias manos sin ennegrecer las imágenes físicas y aéreas, poder aniquilar este tamaño de andar quemando cosas con los ojos sin verlo y sin mirarnos, mantener la luz a flote y si se te cae te pinto algo en el oído y despreocúpate que vengo a ser presencia de tu presencia con cariño y dejar atrás no es tema a tratar, somos de esos seres nacidos al instinto de transformar, eso es lo posible; sin embargo. Las piedras nos retienen, las olas no nos hablan, permanecemos enredados siendo la tarde y anocheciendo en el mismo lugar, y por ahí entre todo nuestro silencio oímos al pequeño todavía abierto y lloriqueando trata de decirnos entre ahogos y lamento, algo que oímos poco, que no entendemos

(tiene que ser mutuo

tiene que ser mutuo)

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