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Foto del escritorPriscila Vallone

Sobre el día que

El día que decidí morir tenía llagas en la lengua y una astilla entre los dientes. Me comía los labios, la carne entre mis dedos, me mordía el alma siempre que podía a ver cuánto arrancaba hasta verla sangrar. El día que decidí morir tuve ganas de decirme a mi misma que no lo decidiera. El día que decidí morir deseé ser alguien más que tuviera otras razones para morir. El día que decidí morir ya llevaba tiempo sintiendo una nube de vacío y llanto adentro -pero no era eso sino algo que ardía y ardía y crecía en el dolor y me pedía llegar a un fin- El día que decidí morir me despedí de todo el amor que tenía dejando mi amor sobre aquellos que amé y me amaron y le pedí a los vivos que por favor no lo extinguieran. El día que decidí morir sentí que mi existencia en el mundo había cumplido su objetivo y que ya no tenía más que hacer salvo continuar con una línea de doloroso día-tras-día en la monotonía. El día que decidí morir estaba gris y rota y cristalizaba las noches que entraban a mi cuerpo desde la ventana. El día que decidí morir quise irme de mi casa, de mi tiempo, de mi vida, de mi cuerpo, y morir lo más lejos y en el sitio menos familiar que pudiera darle espacio a mi muerte. El día que decidí morir me sentí aliviada de poder dejar todo como estaba, de no ver morir a nadie más, de no seguir sufriendo tanto, de no haber encontrado nada que me diera motivos para quedarme. El día que decidí morir estaba insomne y vacía y perdida en mi propia piel. El día que decidí morir, no me maté. Quería que todo fuera preciso, casual, inevitable, irreversible. El día que decidí morir pensé en el amor que dejaba. En el amor que me hacía querer morir. En ese amor -que mi decisión y yo- germinaría en los vivos. El día que decidí morir descubrí que yo no tenía motivo pero que era motivo para alguien más. El día que decidí morir recordé mi responsabilidad vincular. La mejor forma que encontré de morir fue tomarme un colectivo, lejos, muy lejos de cualquier lugar familiar, donde pudiera ficcionar mi muerte, donde pudiera sentir que estaba yendo a morir de verdad. El día que decidí morir volví a mi casa. A mis cosas. Me abrazaron. Y lloré porque ya no podía hacer más nada que decidir morir  y vivir al mismo tiempo

todos los días

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