Yo tenía un hermano físico, de huesitos largos y poca carne. Hoy venía por la ruta cuando de repente tuve que bajar la velocidad: dos nenes se me cruzaron, tranquilos, mirando para un sólo lado, que era el contrario al que venía yo. Habrán tenido diez años, uno cruzaba con una bicicleta a su lado. Recién cuando pisaron la vereda, sentí que mis latidos se calmaban y un alivio profundo de existencia. Los vi alejarse como un cuchillo atravesandome lentamente el pecho, hasta perderse entre las casas. En cuestión de segundos imaginé mi vida si mi hermano físico hubiera tenido ese tiempo, si hubiera sucedido tal cual sucedía ahora. Y en lo que duró mi llanto incontrolable que se llevo toda mi fuerza, sentí como yo dejaba de existir, nublada, intermitente. Yo tenía un hermano físico, que también cruzó una calle pero dejó de ser. Ahora tengo un hermano etéreo que me desafía a percibir su luz. La imagen de estos niños se repite en mi mente sin que pueda frenarla. Sin que pueda dejar de pensar mi vida ahora si él hubiera llegado a pisar la vereda.
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Priscila Vallone
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