Sensación de acomodarse. Cuando una vértebra y otra suman una verticalidad estable. Asumen dignidad. Una mirada a la altura de la vida. De si mismo. De aprender a estar. Sensación de amenidad. De haber amanecido en un espacio sin bordes filosos haciendo ángulo en el adentro. De haber encontrado otros quienes. Cuyas sangres tiran y envuelven. Protegen. Cuyo tránsito y deseo orbitan el rearme, vigilan de cerca el tambaleo, levantan con caricia el vuelo. De quienes cuidar. Cuando abren un espacio para que mi piel amortigüe también su caída. Cuando abrir espacio es dejar a un otro entrar en la herida -con toda certeza- de que hará acurrucar el daño. Confiar el desarme a otras manos frente al miedo de perderlo todo y saber que esto es un milagro. Que la herida ya no es el todo. Y saber que soy cuando somos.
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Priscila Vallone
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