íbamos a dónde. Con todo el frío sobre la espalda y fue lo que se nos entró en los órganos y nos moldeó la debilidad de nuestro sustento. Hacia la nada y al encuentro o a donde fuera que pudiéramos llevarnos el cuerpo con la caricia a cuestas y el temblor y el miedo. A buscarte. a dejarme sobre la arena y tus huellas próximas. Donde la humedad creciera agua y cubriera nuestros ojos de raíces otras. Caminar largamente buscando una sangre que nos falta. Ir ciegamente y aparecer donde la oscuridad se adhiere. y transforma. Todos nuestros cuerpos engendran un dolor de mañana blanca que ensordece cada paso hacia la vida breve. Y las playas. Y el entierro. Donde vislumbrábamos suaves destellos de quedarnos. Y las playas. Donde ahí dentro el mar fundamental nos reiteraba en su oleaje y vaivén del espíritu. Y el entierro. Donde pretendíamos permanecernos e iluminarnos por cuantas lunas giraran en torno a tu centro. Te vi en todas las cicatrices del mar y abriendo surcos y algún vacío u otro espacio desarmabas y sangrabas y sangrabas. En la orilla. Lloré dormida que en los vientos la violencia no adentrara. La mañana blanca era en tu cuerpo y me dolía y me dolía. Y aún así ahí quería quedarme
y habitar
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